Laura

 Relato presentado al Concurso Asun Casasola.




Laura no podía olvidar lo que había vivido. A ella, que había nacido en una casa donde el varón era esperado con la comida por delante y las zapatillas al lado de la cama. A ella, que ha visto todo tipo de conductas que eran “normales” en la piel de su madre, secretaria de oficina en los años ochenta: un toquecito en el culo, un “que se vea ese escote”, dominación real y humillación por parte de un género que se creía superior y que ahora se frustraba ante la falta de libertad para seguir vejando a sus compañeras de viaje. 

Precisamente a ella, que tuvo que soportar que la toquetearan, que le “metieran mano” en todas “las bullas”, como aquel carnaval de Cádiz del año 2000, donde fue acosada y acorralada por una tribu de “borrachos disfrazados de vacas” que la sometieron y le hicieron sentir más que nunca un mero objeto que saciaba las necesidades sexuales de una panda de cavernícolas. A ella, que día sí y día también había tragado saliva al pasar por delante de un grupo de “machitos”, cuyo ingenio poético viraba entre “guapa” y “te daba un pollazo”. A ella, que descubrió que su exnovio presumía de sus gestas “heroico-sexuales” con ella destapando todos sus secretos pasionales y de mujer, a la vez que divulgaba y hacía viral un video íntimo degradando su ego, mientras recibía miles de insultos calificándola como “puta” por hacer lo que le daba la gana.

A ella, la llamaban intolerante, feminazi y fascista, por no admitir que un hombre de setenta años le dijera que “estaba para hacerle un hijo”, faltándole al respeto, a su personalidad, y a su libertad. Además, sufría oleadas de “likes” en Twitter de gente que la calificaba de “valiente”, cuando lo único que había hecho era lo que éticamente correspondía, lo que su derecho como mujer y persona le otorgaba, lo que naturalmente le salía, dar la espalda a los micromachismos que imperan a sus anchas en una sociedad del siglo XXI que avanza a pasos agigantados hacia el siglo XIII.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Santa María, 8.

LA FELICIDAD NO SE OLVIDA