Santa María, 8.

Llevaba mucho tiempo queriendo ir y por fin me decidí. Por fuera se veía como una casa normal, de las que todavía existen, con sus achaques de falta de pintura en la fachada, con desconchones que anunciaban lo difícil de su vida, macetas en las ventanas que daban colorido y contrastaban con la cal de las paredes y el verde de los barrotes de las ventanas. Su estructura barroca entreveía una edad de al menos trescientos años, lo que son unas diez o doce generaciones, con sus historias, con sus penas y alegrías, con sus mejores y sus peores momentos. Una señora mayor estaba sentada en la entrada. Por ello, al entrar le dije que allí había vivido mi familia, de la que por supuesto, a pesar de haber pasado cuarenta años, se acordaba, y me indicó cual era la puerta de la casa. Al entrar en el patio quedé exhausto. Los latidos del corazón se me hacían cada vez más rápidos y notaba como la sangre me fluía con de...